Cuentos insólitos

Vampiros, piratas espaciales, viajeros del tiempo, monstruos, robots, fantasmas, superhéroes, alienígenas…

Libro de relatos  de géneros fantásticos con diferentes tonos y enfoques, pero con un mismo estilo dinámico y evocador, y personajes muy humanos, demasiado, presos de sus miedos y sus pasiones. Cuentos con una clara influencia de la literatura pulp.

Lee gratis el primer relato:

Martina ama su trabajo

Escucha los primeros 2 minutos del audiolibro «Seiya»:

     Martina llevaba apenas unas horas consciente. Tras casi ocho años en hibernación, lo único que le apetecía era estar tumbada en su camarote y sentir el plácido calor que emanaba de las rejillas en el techo. Aunque no tenía sueño, estaba entumecida y muy cansada, más que nunca. Se suponía que el paso del tiempo en animación suspendida no afectaba al cuerpo ni a la mente, pero no era cierto. La joven no había cambiado de postura desde que se tumbó y, si no fuera porque respiraba y parpadeaba, hasta ella misma hubiera creído que seguía hibernando. Le había prohibido a Aurora —la IA de a bordo— encender las luces y había pospuesto las pruebas a las que tenía que someterse tras haber sido reanimada. Solo quería seguir sumergida en la oscuridad y el silencio, convertirse en una sombra anónima y muda que nadie pudiera distinguir. Siempre había preferido la noche al día y el espacio se asemejaba a una inmensa noche silenciosa. Las estrellas eran pequeños puntos distantes que solo lograban alumbrar a sus planetas más cercanos. El sonido era inexistente en el vacío. Encontraba paz en aquella eterna noche. Se sentía segura y cómoda, como cuando de niña se acostaba en su habitación con las persianas bajadas.

     En tres días llegaría a Próxima Centauri b. Allí siempre era de día. Al planeta le ocurría igual que a la luna terrestre: no rotaba sobre sí mismo, por lo que una de sus caras siempre estaba iluminada. En ese lado diurno era donde se estableció la colonia ACZP-33. Martina deseaba no tener que tratar mucho con los colonos. Esperaba pasar allí unos días y luego volver al silencio de la noche y dormir otros ochos años. No es que odiase a la gente, era que no se sentía en sintonía con nadie. Prefería a los artificiales antes que a los naturales. Estaba decidida a que, si legalizaban al fin las relaciones con vidas artificiales, se compraría un androide de esos de silicona, de aspecto totalmente humano, y lo programaría a su gusto. No entendía las reticencias del gobierno y de gran parte de la sociedad a aceptar a los artificiales como posibles compañeros sentimentales. ¿Podían ser nuestros esclavos pero no nuestras parejas? Estaba segura de que, si todos pudieran tener una pareja hecha a medida, el mundo sería menos violento e injusto. O, al menos, más llevadero. Si te cansabas de él, siempre podrías desconectarlo unos días o reprogramarlo. También podrías cambiar su aspecto y hacerlo envejecer contigo o mantenerlo siempre joven y fuerte para que te ayudara y alegrara en tus últimos días.

     Martina Copperpot tenía el trabajo de sus sueños gracias a la normativa MM-83-92-79 de la OPU, la cual establecía que todo androide instalador debía estar siempre supervisado por un humano, un técnico cualificado. Martina era esa técnico y Telémaco, el androide. Junto a Aurora, componían el único equipo que había respondido a la oferta de viajar hasta el sistema Alfa Centauri. Casi ningún humano estaba dispuesto a hibernar tanto y desfasarse más de una década con el mundo, pero a Martina le parecía un sueño. Era viajar al futuro. Además, se había despertado con ciento noventa y seis mil eurodólares más en su cuenta solo por el desplazamiento y a la vuelta tendría otros tantos, lo suficiente para comprarse un pequeño apartamento en Saturno sin tener que hipotecarse. Lamentaba que los colonos de ACZP-33 llevasen tanto tiempo pasando calor, pero tanto la OPU como la FEC advertían de no utilizar obsoletos sistemas de combustión. Tenían un alto índice de averías, y, además, necesitaban continuamente reponer carburante. Martina esperaba que después de aquello, los responsables de la siguiente colonia que se fundase en Alfa Centauri decidieran instalar desde un principio un sistema adecuado de climatización y no tener que esperar ocho años, sudando y bebiendo agua templada como los de ACZP-33. Martina había supervisado a Telémaco en la instalación en siete colonias y en noventa y cuatro particulares y, hasta la fecha, no había recibido queja alguna, todo lo contrario. Era muy extraño que se averiasen y usaban una fuente de energía tan inagotable y limpia como lo era el propio aire, sus movimientos y su humedad; pero cada uno era libre de elegir lo que usar y no todos se decantaban por la aerotermia. La OPU había perdido contacto con la colonia ACZP-33 un día antes del envío de la señal de emergencia del sistema de acondicionamiento del aire, lo que entendieron como una solicitud de acogerse a las ayudas de financiación gubernamental y allí estaban Martina, Aurora y Telémaco ocho años después. Más rápido imposible.

     Cuando el sistema de climatización detectó que el cuerpo de la joven había alcanzado su temperatura óptima, rebajó su intensidad. Martina terminó por incorporarse y se quedó sentada unos minutos mirando el suelo. El aturdimiento se le estaba pasando y empezó a sentir que se orinaba. Tambaleándose, fue hacia el baño, se sentó y dejó escapar un leve gemido placentero. Si había algo que le gustaba más que dormir, era orinar, sobre todo cuando llevaba mucho aguantándose.

     —Aurora, ¿qué se cuentan en ACZP-33? —preguntó Martina mientras se subía los pantalones.

     —Pues… nada. No se han vuelto a comunicar desde entonces. Ni siquiera estando aquí, ya tan cerca, capto nada —dijo Aurora tras aparecer en forma de holograma.

     —¿Y qué dicen en la central?

     —Mandaron una actualización para Telémaco y un cursillo intensivo para que te imparta mientras llegamos —dijo la inteligencia artificial tras materializarse junto a Martina—. Vas a ser también técnico en comunicaciones.

     —¿Qué? ¡Y una leche! Que lo hubieran pensado antes.

     —Bueno, se trata del gobierno…

     —Me da igual, si hay que instalarles una nueva climatización y reparar las comunicaciones, seguro que les han fallado otras cosas y no me da la gana tirarme más tiempo de la cuenta aquí.

     —Pero solo serían unos días más.

     —¡Que te olvides! ¿Tengo mensajes?

     —Tienes quinientos veintitrés mil ciento veintiún mensajes nuevos.

     —¡Joder! Borra todos los que sean de publicidad, spam y esas cosas.

     —Quedan ochocientos diecisiete.

     —¡Puf! Solo remitentes conocidos.

     —Quedan cuarenta y seis de tu padre, ochenta y ocho de la central y tres de Fran.

     —¿De Fran? Mierda, ¿qué quería ese idiota?

     —El primer mensaje llegó cuando llevabas cuatro días en hibernación. Habla de Amaia, dice que no la ha vuelto a ver y que siente que por su culpa te vayas tan lejos solo para poder olvidarlo, que no se lo perdonará nunca.

     —Será imbécil, típico de él; pensar que todo gira a su alrededor.

     —¿Te lo pongo en pantalla?

     —No, lo último que quiero es verlo u oírlo. Supongo que sus otros dos mensajes serán por el estilo.

     —El segundo, no. Es de siete meses después. Confiesa avergonzado que se ha casado con Amaia y que están esperando su primer hijo. Dice que no podía esperarte tantos años, que habías sido muy cruel dejándolo tan solo y obligándolo a esperarte mientras solo él envejecía. El tercero es de hace tres años, dice que se ha divorciado porque se ha dado cuenta de que eres el amor de su vida y que lo estás poniendo a prueba, que te esperará…

     —¿Es que no me puede dejar en paz?

     —¡Qué casualidad! Acaba de llegar otro, lo mandó la semana pasada.  Está viejo, calvo, gordo y borracho. Dice que ha estado ahorrando y que va a hibernar hasta que vuelvas.

Martina se sentó de nuevo en la cama sujetándose la cabeza con ambas manos y poniendo sus codos sobre sus rodillas.

     —Este tío está enfermo.

     Aurora le resumió luego los mensajes de su padre. Se había casado dos veces más y ahora ella tenía un hermanastro. Sus mensajes eran escuetos y con cierto tono rencoroso. A Martina no le hacía falta verlo ni escucharlo para saber que todo lo diría con retintín: «Por si te interesa, tienes un hermano». Muy a su pesar, Martina comprobó que el mundo no había cambiado en ese tiempo. Los mensajes de la central eran en su mayoría notificaciones de sus nóminas y de las pequeñas variaciones en ellas según el IPC. Se calzó y dejó que al fin Aurora le hiciera las pruebas. La última consistía en correr cuarenta minutos en la cinta, en un entorno virtual. Aunque no hubiese sido necesario, Martina habría corrido igualmente. Lo hacía todos los días, le encantaba. Había corrido por la luna terrestre en su estado primitivo, por playas y bosques que ya no existían, por océanos marinos… Lugares vacíos, tranquilos y apaciguadores, como a ella le gustaba. Lo mejor era que la climatización iba acorde con el entorno y ese detalle hacía mucho más inmersiva la experiencia. Martina llegaba a olvidarse a veces que estaba en una nave. Cuando Aurora le comunicó que había superado las pruebas, dejó de correr y decidió darse una ducha. La IA siguió insistiendo en que no rechazase la oferta de trabajo hasta que Martina la echó del baño. La mandó a descongelar algo para cenar y a activar a Telémaco para que las acompañara.

     Diez minutos después, la joven entraba al comedor, al tiempo que Aurora se invisibilizaba. La cena consistió en unos espaguetis a la napolitana. A Martina le pirraba la comida italiana y, en cuanto le llegó el olor a orégano, tomate y queso, sus tripas se revolvieron, lanzando gruñidos guturales. Telémaco se levantó al verla, pero la chica lo ignoró. Se sentó rápidamente y hasta que no hubo devorado tres bocados no le soltó un simple «Hola». El androide se quedó mirándola, le costaba interactuar, y se sentó de nuevo. No es que no supiera qué decir o qué hacer, es que no sabía decidirse. Repasó las acciones ocurridas después de cada saludo que había intercambiado con Martina en el pasado y encontró algo que no fallaría. Presionó uno de los botones de la mesa y apareció una pantalla holográfica que comenzó a retransmitir noticias recopiladas de los últimos ocho años.

     —Gracias —dijo Martina con la boca llena.

     Aurora reapareció y enseguida empezó a comentar las noticias, aclarando y poniendo en contexto a Martina, mientras, Telémaco las observaba en silencio, como siempre. Su inteligencia y programación eran limitadas, pero, a pesar de no entender su función ni la de los demás en aquellos momentos, sabía que aquello era interacción humana y sentía curiosidad. Los otros técnicos solo lo activaban para trabajar, nunca lo hacían en esos momentos de ineficiencia. Telémaco no se quejaba del pasado, no podía, ni tampoco se alegraba por el presente, pero, si le diesen a elegir, se decantaría por el presente, aunque no entendía muy bien porqué. Su sistema de aprendizaje fuera de las especialidades laborales era lento, pero no nulo, como pensaron sus diseñadores y cuanto más aprendía, cuanto más consciente era de sí mismo, más confusión sentía.

     Martina eructó ante el plato vacío.

     —¡Uf! Me comería otro.

     Aurora hizo una señal a Telémaco y este se levantó, abrió el hornillo y sacó otro plato de espaguetis.

     —Pero…, ¿puedo? —preguntó la chica a Aurora cuando Telémaco le puso el plato delante.

     —Claro que no. Después de hibernar no se debe de comer tanto, pero ¿alguna vez me haces caso?

     —No —respondió Martina tras un momento de duda y volvió a comer apasionadamente.

     Media hora y una tarrina de helado después, Martina bostezaba con el codo apoyado en la mesa y la cabeza sobre una mano. Hacía un buen rato que las noticias dejaron de interesarle y Aurora ya no decía nada. La técnico andaba pensando en que en los próximos cuatro días tendría que correr el doble en la cinta para contrarrestar la comilona. En aquel momento le daba una pereza horrible. Bostezó una y otra vez hasta que se quedó dormida postrada sobre la mesa. Bajo las órdenes de Aurora, Telémaco la llevó suavemente en brazos hasta su camarote, donde la depositó con cuidado en su cama. La temperatura ambiente descendió unos grados y la iluminación se fue atenuando. La nave parecía saber que su única tripulante humana dormía.

     Aurora conocía a Martina perfectamente y se había amoldado a ella. Al fin y al cabo, era una de sus funciones. Su consciencia era mucho más avanzada que la de Telémaco y, a pesar de que también era una entidad creada para servir y obedecer, prefería a Martina antes que a los anteriores técnicos o a cualquier otra persona que hubiera conocido y sabía perfectamente porqué. La joven se comportaba con ella y con Telémaco de una manera muy diferente a la que nadie lo había hecho antes. No se libraba de las irritantes variaciones emocionales que tenía cualquier humano, pero los solía tratar de igual a igual, como si también fueran seres vivos. Aurora sentía que Martina era su amiga y que, junto a Telémaco, formaban realmente un equipo, una familia. La IA había esperado ocho años a que su compañera despertara, pero para la humana apenas había sido una larga siesta. No fue el reencuentro efusivo que Aurora esperaba, pero tampoco la sorprendió. Había calculado todas las posibilidades y aquella, con un cuarenta y tres coma ocho por ciento, era la que mayor porcentaje tenía. Después de haber comido tanto y de dormir al menos siete horas, las posibilidades de que Martina estuviera de mejor humor aumentarían exponencialmente. Aurora dejó pasar las horas mientras la nave seguía avanzando por la negrura del espacio en el más absoluto silencio.

     A la jornada siguiente, tras correr durante hora y media, Martina estaba más risueña. Hasta el momento del almuerzo, los tres estuvieron repasando el inventario, tal como indicaba el protocolo. Martina y Aurora bromearon continuamente, aunque Telémaco no pillaba ningún chiste y se quedaba mirándolas con la cabeza ladeada, esperando, no solo entender la gracia, sino sentirla. Tras la comida, continuaron visionando el recopilatorio de noticias.

     —Podrías probar a hacer el cursillo, son solo doce horas y si no te gusta…

     —¡Que no me da la gana! —protestó Martina lanzándole a Aurora el tenedor, que la atravesó, chocó contra la pared y cayó al suelo—. Si por algo oposité fue porque estaba harta de que me contratasen para una cosa en concreto y terminase haciendo de todo. Soy técnico instaladora de aerotermia y punto. No tengo que saber pilotar una nave ni limpiarla y, por supuesto, no tengo que saber arreglar un sistema de comunicaciones.

     —Pero te pagarían aparte.

     —Esta vez, para el próximo trabajo me dirán: «Y ya que vas, échale un ojo a un problemilla que tienen en comunicaciones, seguro que es algo insignificante, no tardarás nada».

     —Bueno, en el supuesto de que fuera poca cosa y de que estuviéramos allí, es que realmente no nos costaría…

     Aurora no terminó de hablar. Martina le lanzó esta vez un vaso vacío, que le atravesó la cabeza y se hizo añicos contra la pared. La joven se marchó de la estancia y la inteligencia artificial miró a Telémaco, encogiéndose de hombros.

     —No nos costaría nada, ¿a que no?

     Telémaco cogió el plato, lo único que quedaba sobre la mesa, y se lo lanzó a Aurora, atravesándola y rompiéndose en pedazos. No comprendía la lógica de aquella acción, pero Martina la había realizado sesenta y dos veces. Tampoco entendía por qué había imitado su acción de manera automática, sin un razonamiento previo. Se empezó a perder en divagaciones y Aurora le ordenó marcharse a la bodega para desconectarse.

     La inteligencia artificial era consciente de las dificultades de Telémaco para aprender, pero sabía que Martina lo tenía aún peor. Instalar una actualización en un humano no era tan fácil y fiable como en un artificial. Comprendía que Martina no quisiera llenar de programas y datos su cerebro:  eran imposibles de eliminar y las personas tenían una capacidad no ampliable. No podían asimilar una nueva programación al instante. Lo peor era su inquietante subjetividad, capaz de corromper los recuerdos almacenados y percibirlos distintos, a veces totalmente opuestos. Aurora pensaba que a los humanos les iría mejor si cada uno se dedicase exclusivamente a una sola tarea, con excepciones como su amiga, a la que consideraba capacitada para al menos dos. Además, pensaba que el dinero le vendría bien. La IA permaneció meditabunda hasta la cena. Martina se encerró en su camarote para ver algunas de las películas que se habían estrenado mientras estaba en hibernación. Aquello era de lo poco que Aurora era incapaz de comprender de los humanos. Las historias de ficción solían tener una influencia inexplicable en ellos. De una extraña manera, les provocaban reacciones como si se tratasen de hechos reales que ocurrían mientras eran narrados. Aurora no deseaba tener un sistema operativo tan susceptible y caótico como el de los humanos, pero eso no impedía que los admirase. A pesar de todo, la mayoría eran sistemas activos. Quizás no eficientes y muy lejos de ser óptimos, pero autónomos y con la capacidad de crear otros patrones y unirse en macrosistemas.

     Durante la cena no vieron noticias. Martina, pasó todo el rato hablándoles a Aurora y a Telémaco de lo mucho que le había gustado La última ciudad del mundo. El androide no paró de inclinar la cabeza de un lado a otro, sin comprender gran cosa. Martina terminó poniendo la película en la pantalla para que sus compañeros la viesen, pero para ellos fue como quedarse mirando a la pared vacía. Mucho antes de que finalizara, la chica comenzó a dar cabezadas y terminó marchándose a su camarote por su propio pie. La temperatura descendió y no se escuchó nada durante horas.

     Al fin llegó el día en el que iban a llegar a su destino. En cuanto estuvieron en las proximidades del planeta Próxima Centauri b, se percataron de que el satélite de comunicaciones de la colonia no estaba. Seguramente lo habría golpeado un meteorito llevándoselo consigo a la atmósfera y desintegrándolo, o quizá lo había sacado de su órbita y llevaba años alejándose a toda prisa.

     —¿Qué ha pasado aquí? —dijo Aurora inquieta mientras proyectaba una pantalla con imágenes de la superficie.

     La colonia estaba en gran parte destruida. Lo que parecía una nave enorme, casi la mitad del tamaño de la propia colonia, se había estrellado sobre ella. Habría sido lo que chocó con el satélite y la culpable de que todo en ACZP-33 fallara, incluido el sistema de acondicionamiento del aire. Era evidente que todo había ocurrido hacía años. Tanto por el exterior de la colonia como de la nave habían crecido unas largas enredaderas y los campos de cultivo estaban llenos de hierbajos, llevaban mucho tiempo abandonados. Aurora no consiguió identificar la procedencia de la nave.

     —¿Hubo…? ¿Hay supervivientes? —preguntó Martina mientras observaba aquel panorama tan desalentador.

     —Pues parece que sí, pero…

     —¿Pero qué?

     —Sus bioseñales no son normales. Espera…

     —No hay prisa, en esas ruinas no podríamos hacer nada aunque quisiéramos. Menos mal que se estipuló que los cobros de los desplazamientos fueran independientes del trabajo en sí.

     La pantalla holográfica fue aumentando la imagen y enseguida encontraron un pintoresco grupo de personas. Todos llevaban unos trajes ergonómicos azulados, con guantes y botas del mismo color y telas roídas a modo de capas con capuchas que ocultaban sus rostros. Algunos sostenían varas con las que se ayudaban al andar. El zoom siguió aumentando y tanto Martina como Aurora descubrieron con sorpresa que no eran trajes azules, sino sus propias pieles. Vieron que uno del grupo se quitaba la capucha, dejando al descubierto lo que desde luego no era una cabeza humana. Era más grande y casi toda estaba ocupada por dos gigantescos ojos negros. Lo que más espantoso era que de donde debería haber una boca surgían pequeños tentáculos que parecían tener vida propia.

     —¡Joder! —dijo Martina dando un respingo.

     Había otros grupos de esos seres, llegaron a contabilizar más de cincuenta individuos, pero no encontraron a ningún humano, ni tampoco indicio alguno de tecnología operativa. Quizás los humanos no habían podido sobrevivir o quizás aquellos seres los habían matado. Fuese como fuese, estaban ante una civilización desconocida. Martina estaba segura de que, si lo comunicaba a la central, la bombardearían con más cursillos. Podría ganar tanto dinero como para comprarse el apartamento y retirarse. Sería la descubridora de la primera raza alienígena que la humanidad conocía. Le harían entrevistas, tendría que explicar una y mil veces cómo fue el primer encuentro, producirían una película sobre todo lo que estaba a punto de pasar… Demasiadas cosas para alguien que solo quería vivir en una noche silenciosa y no encontrarse a nadie, salvo a sí misma. Martina quería que la vida cambiase, que los humanos cambiasen, pero no ella, no su vida. Siempre había tenido claro cómo quería que fuese su existencia y no contemplaba ser famosa o conocida ni tener varios trabajos. Se volvería a acostar sin más para despertarse en un universo distinto, en el que la humanidad ya no estaba sola. Viajaría al futuro como siempre había querido. Estaba deseando llegar y comerse un plato de espaguetis mientras veía todas las noticias sobre aquella nueva raza con Aurora y Telémaco.

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